Conviene seguir atentamente lo que está ocurriendo en España para tener una idea de lo que nos habrá de ocurrir a los mexicanos cuando Enrique Peña Nieto, si no se anula el proceso electoral por el cúmulo de irregularidades plenamente probadas, asuma la primera magistratura.
No obstante las firmes promesas que hizo Mariano Rajoy, mandatario español, durante su campaña electoral, está haciendo precisamente lo contrario a lo que se comprometió ante los electores: congeló el salario de los trabajadores, recortó el presupuesto social, y decretó un aumento de tres puntos porcentuales al IVA, de 18 a 21 por ciento.
Ante el incumplimiento de las promesas de Rajoy, los trabajadores de las minas de carbón han iniciado un vigoroso movimiento de protestas que cuenta con amplia solidaridad, misma que se está extendiendo a todo el país. Con todo, también aumenta la represión de la gendarmería, lo que permite pronosticar una escalada de violencia que acabará divorciando a gobernantes y gobernados, con terribles consecuencias para las clases mayoritarias. Pronto no quedarán más que dos opciones en España: la dictadura fascista o el regreso de los socialistas. La más previsible es la primera, teniendo en cuenta la situación del continente europeo, donde las fuerzas de la derecha cuentan con más recursos y mejor organización.
Ver actuar a Rajoy al frente del gobierno, nos permite vislumbrar a Peña Nieto como mandatario al servicio de la oligarquía. Haría exactamente lo mismo, porque tal es su compromiso con los grupos oligárquicos que lo condujeron durante su corta carrera política. Tan está consciente que tal programa de “gobierno” le habría de acarrear grandes dificultades con la población mayoritaria, que contrató a un notable represor colombiano, que aquí actuaría con más saña porque no tiene nexos con México ni le interesará tenerlos. Estaría al frente de una fuerte organización de paramilitares, cuya única tarea sería liquidar cuanta oposición surja, sin importar las consecuencias, pues finalmente lo único que le habrá de interesar al grupo que patrocina al ex gobernador mexiquense, es asegurar su fortalecimiento y vigencia.
Si en España la situación social es cada día más complicada, a pesar de que Rajoy ganó las elecciones limpiamente, aquí los problemas políticos serían mucho mayores por la forma ilegal como Peña Nieto llegaría a Los Pinos. Sería un mandatario espurio, que “gobernaría” sin contar con el respaldo de la ciudadanía, pues finalmente quienes vendieron su voto por una bicoca le habrían de cobrar la afrenta. No contaría con bases sociales, como sí las tiene Rajoy a pesar de ser un reaccionario, las cuales le brindaron su apoyo para castigar a un gobierno supuestamente de centro-izquierda que falló a la hora de cumplir compromisos. Pronto habrá de perderlas, por su firmeza para reprimir al pueblo.
Ante tan realidad, lo razonable y conducente aquí en México, sería anular la elección presidencial, a fin de no crear ingentes problemas a la ciudadanía, que habrían de repercutir en todos los órdenes de la vida social, política y económica. Dijo Peña Nieto el miércoles, que “es el momento de acordar, no de imponer; de construir, no de obstruir”. Sin embargo, no actúa con el ejemplo, pues a toda costa trata de imponer la voluntad y los intereses del grupo que lo controla. Asimismo, con su actitud antidemocrática está obstruyendo los avances que tanto necesita el país en materia de organización social y de reordenamiento económico y político.
Así constatamos que la derecha en el mundo está hermanada por un proyecto global oligárquico, que busca consolidarse sin importar que en tal búsqueda ponga al planeta al borde de una tercera guerra mundial. La única posibilidad real de evitarlo, ahora que todavía puede hacerse, es uniéndose los pueblos en torno a una irrestricta defensa de valores democráticos. Es preciso desenmascarar el proyecto de Peña Nieto, absolutamente antidemocrático y que no persigue otro fin que hacer prevalecer al grupo que lo patrocina, el cual a su vez obedece a intereses extranjeros.
De salirse con la suya, imponiendo al ex gobernador mexiquense en Los Pinos, pondrán en grave peligro la gobernabilidad del país, tal como está sucediendo en España, en Grecia y en otras naciones que tienen conflictos por el hartazgo de sus pueblos ante la irrefrenable voracidad de las elites. Una vez sentado en la silla presidencial, Peña Nieto se habrá de quitar la máscara de “demócrata” y nos habrá de cobrar la afrenta de haberlo orillado a “ganar” la elección de manera fraudulenta, como así lo hicieron en su momento Carlos Salinas y Felipe Calderón. Aún es tiempo de evitar males mayores al país, cerrando filas en torno al imperativo de que se anulen los comicios y se siga un procedimiento salvador, conforme a la norma constitucional.
http://revistaemet.com/nota/rajoy-y-pena-nieto-por-la-misma-ruta/11436
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